Recuerdo que escuchaba una canción de lifehouse en la radio mientras manejaba a 120 para llegar a tiempo a mi curso de fotografía. La autopista estaba vacía (ésto ocurre escasas veces en Caracas) y mi celular probablemente sonó 5 veces pero no lo escuché, la música estaba a todo volumen y además de eso he adoptado la extraña manía de mantener el celular en silencio últimamente. Como si no quisiera escucharlo, a propósito. El curso estuvo algo intenso. Igual que la gente que estaba ahí. Yo sólo quería salir de allí, encerrarme en mi cuarto y dormir, dormir, dormir. Últimamente siento que tengo dos vidas: la que transcurre cuando estoy despierta, y la que vivo cuando duermo en mis sueños. Déjame decirte que la segunda no tiene nada que envidiarle a la primera, por el contrario la primera tiene mucho que envidiarle a la segunda. En mis sueños vivo en una eterna utopía. Tengo al hombre perfecto, soy una escritora súper exitosa y hago lo que se me antoje, cuando se me antoje. En mis sueños soy real y auténticamente feliz. En mi otra vida, no tanto. Trato de no idealizar mi vida somnífera. Trato de entender que realmente no existe, que no es real, que no es auténtica, que no es verdadera. Sin embargo estos últimos meses mi vida de día sólo existe para que llegue la noche y pueda transportarme a ese otro mundo infinitamente más divertido que el anterior. El teléfono marca 4 llamadas perdidas. No quiero saber ni de quién son. No quiero tener un aparato que me persiga por la vida. Mis padres me obligaron a meterme en latitude para saber dónde estoy a cada momento del día (ya que como verán, no contesto el celular). Detesto el control. Detesto la perecución. Detesto estar despierta.
*Para conseguir algo de dinero*
*Justiniano ha tenido una gran idea*
*y esta mañana vestido de mago oriental*
*pertrechado con una mesa*
*y dos sillas de cam...
12 hours ago
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