Pero la verdad es que ya han pasado tres años, y hoy Ricardo se encuentra frustrado y completamente deprimido. Entre tanto pensar en los demás y dedicarse a cuidarla, se había perdido en un laberinto de heridas y remordimientos, de quien se entregó a algo sin ver las consecuencias que esto traería. A menudo conseguía sentir satisfacción personal por el bien que había hecho, sólo para en ocasiones ser rebotado en su cara por la misma persona, que en momentos de ira y frustración, se quejaba de su caridad por no tratarse de acción consecuencia de un amor correspondido.
Ricardo no entendía de dónde venían sus quejas. "Pero si estoy aquí para ella cuidándola y dándole mi compañía". Y es que ella nunca quiso su caridad. Lo único que ella quería era su amor. Por otro lado, en el fondo de su alma Ricardo había adoptado este trabajo pensando en lo que él podía sacar de esa experiencia, como por ejemplo que de alguna forma lo iba a ayudar a borrar el pasado, a sentirse bueno, a remendar su alma. Naturaleza al fin de una persona egoísta que no hace nada si a la hora de las chiquitas no es para beneficiarse a si mismo
Anoche Ricardo no cerró ojo. Se encontró echado en su estrecha cama, fantaseando con todo aquello de lo que había vertido en el envase. Quería una mujer para amar. Un trabajo que lo colocara en una posición prestigiosa a nivel profesional. Quería recorrer el mundo treinta veces, conocer hasta el último rincón a la derecha. Olfatear las flores más exóticas. Tirarse de paracaídas. Ricardo sólo podía pensar en todas las cosas que estaba perdiendo, al estar ahí, cuidando de alguien que no apreciaba sus intenciones y que sólo sufría al verlo tan cerca de ella sin poder tenerlo realmente.
El cansancio y la tristeza de sentir que perdió tres años en vano lo llevaron a escribir una carta de despedida llena de frases bonitas que consiguieran consolar a quien leyera esas líneas tan inesperadas. Y en el camino largo y frío de regreso, en el que el autobús se tambaleaba de un lado a otro por las fuertes brisas decembrinas, Ricardo tuvo muchas horas para pensar en su alma. La realización del trasfondo de todo lo que había y no había pasado, fue lo que lo golpeó duramente. Darse cuenta, por ejemplo, de que no se trataba de un alma caritativa si no de un alma sedienta de autosatisfacción, le revolvió las vísceras. Verse al espejo por unos cuantos minutos y entender que el reflejo está lleno de ego, era algo que desafiaba su mentira mental de todos los días, rompiendo en mil pedazos la superficialidad de su vida y llegando a entender que nunca se desprendió de si mismo. Esos años se trataron únicamente de él- presente y futuro de un eterno egoísta.
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