Esa tarde todo era diferente. Desde la sensación que sentía desde lo más adentro de mi ser, hasta el olor que despedía el aire en las calles de Chacao. En mi mente, un sólo pensamiento ocupaba mis neuronas y era el mismo que causaba esa sensación extraña. Esa tarde era la tarde que mi vida iba a cambiar. Junto con ella, nada volvería a ser como antes. Me había preparado para esa tarde toda mi vida. Había ensayado mi reacción, las palabras qué saldrían de mis labios y el orden en que surgirían. Sabía para ese entonces qué debía vestir, qué tacones eran los más apropiados. Qué comería de almuerzo y el tiempo que me tomaría el traslado. Todo, absolutamente todo, fue ensayado y premeditado. Todo menos esa sensación extraña que se aferraba de mi estómago, devorándose mis entrañas y generando en mí una ansiedad nunca antes vista.
Había pasado ya 8 meses clavada frente a la computadora, tecleando horas sin siquiera levantar la mirada del monitor, completamente entregada a la escritura de mi primera gran novela. Siempre pensé que mi vida estaría dividida en dos partes, así como la biblia que se divide en el antiguo y el nuevo testamento, mi vida se dividiria en antes y después de la publicación de mi primera gran novela. Esa sería la auténtica, la innovadora, la gran creación que marcaría mi estilo y me abriría las puertas al mundo literario.
Como podrán imaginarse mi pequeña cabecilla estaba llena de expectativas sobre lo que sería la primera reunión con el señor editor a quién le atrapó el texto narrativo y quien estaría entonces interesado en publicar mi novela. Pensé que el señor dedicaría minutos a alabar mi escritura, que se entregaría cuerpo y alma a la publicación de ese texto y que el propósito de esa primera reunión era sencillamente decirme que era una genia y que estaba loco por trabajar conmigo. Ja! Qué esperanzas. Llegue al café con 15 minutos de adelanto, con un sabor amargo en mi boca y con la certeza de que las cosas no iban a salir tan bien como me las había imaginado. Para empezar el señor editor llegó 45 minutos tarde, que sumandos a los 15 minutos de adelanto que tenía se convirtieron en una hora de espera. Una hora que se me hizo interminable, cada minuto transucrría tan lento que en mi apreciación eran horas que no cesaban, se me gastaba el reloj con solo observar las pequeñas manisillas y su lento movimiento concéntrico. Después de lo que sería una eternidiad, apareció el fulano señor editor, con el ceño fruncido y yo me pregunto ¿Después de una hora de espera, quién debería tener el ceño fruncido?
El señor editor, a quién decidí bautizar como "amargón" pasó los primeros 20 minutos criticando mi libro, metiéndose con mi estilo narrativo, los hechos que impactaron la vida de mi protagonista y hasta los nombres que le asigné a cada uno. Cerró su monólogo ininterrumpido con una frase que que causó muchas sensaciones diferentes en mi ser, "apartando todo esto, la historia me parece genial, si le hacemos unos cuantos cambios, a lo mejor podamos publicarla digitalmente". Lo quería matar. Y aunque tardé unos cuantos minutos en procesar lo que había escuhado, así lo hice. Cerré lentamente mis ojos y me imaginé colocando mis manos alrededor de su garganta, fuertemente, mientras veía su rostro ponerse cada vez más rojo hasta que explotaba sobre la mesa y todo lo que quedaría de él eran desechos. Abrí nuevamente mis ojos y sobre mi rostro se dibujaba una sonrisa infinita de plena satisfacción. Me levanté de la silla y me fui de aquel lugar sin mirar atrás. Sabía que la vida me había jugado una mala partida pero no era el fin del mundo. Definitivamente no fue el evento que interrumpió mi vida en un antes y después y muchos meses y eventos pasarían para que llegase ese momento.
Había pasado ya 8 meses clavada frente a la computadora, tecleando horas sin siquiera levantar la mirada del monitor, completamente entregada a la escritura de mi primera gran novela. Siempre pensé que mi vida estaría dividida en dos partes, así como la biblia que se divide en el antiguo y el nuevo testamento, mi vida se dividiria en antes y después de la publicación de mi primera gran novela. Esa sería la auténtica, la innovadora, la gran creación que marcaría mi estilo y me abriría las puertas al mundo literario.
Como podrán imaginarse mi pequeña cabecilla estaba llena de expectativas sobre lo que sería la primera reunión con el señor editor a quién le atrapó el texto narrativo y quien estaría entonces interesado en publicar mi novela. Pensé que el señor dedicaría minutos a alabar mi escritura, que se entregaría cuerpo y alma a la publicación de ese texto y que el propósito de esa primera reunión era sencillamente decirme que era una genia y que estaba loco por trabajar conmigo. Ja! Qué esperanzas. Llegue al café con 15 minutos de adelanto, con un sabor amargo en mi boca y con la certeza de que las cosas no iban a salir tan bien como me las había imaginado. Para empezar el señor editor llegó 45 minutos tarde, que sumandos a los 15 minutos de adelanto que tenía se convirtieron en una hora de espera. Una hora que se me hizo interminable, cada minuto transucrría tan lento que en mi apreciación eran horas que no cesaban, se me gastaba el reloj con solo observar las pequeñas manisillas y su lento movimiento concéntrico. Después de lo que sería una eternidiad, apareció el fulano señor editor, con el ceño fruncido y yo me pregunto ¿Después de una hora de espera, quién debería tener el ceño fruncido?
El señor editor, a quién decidí bautizar como "amargón" pasó los primeros 20 minutos criticando mi libro, metiéndose con mi estilo narrativo, los hechos que impactaron la vida de mi protagonista y hasta los nombres que le asigné a cada uno. Cerró su monólogo ininterrumpido con una frase que que causó muchas sensaciones diferentes en mi ser, "apartando todo esto, la historia me parece genial, si le hacemos unos cuantos cambios, a lo mejor podamos publicarla digitalmente". Lo quería matar. Y aunque tardé unos cuantos minutos en procesar lo que había escuhado, así lo hice. Cerré lentamente mis ojos y me imaginé colocando mis manos alrededor de su garganta, fuertemente, mientras veía su rostro ponerse cada vez más rojo hasta que explotaba sobre la mesa y todo lo que quedaría de él eran desechos. Abrí nuevamente mis ojos y sobre mi rostro se dibujaba una sonrisa infinita de plena satisfacción. Me levanté de la silla y me fui de aquel lugar sin mirar atrás. Sabía que la vida me había jugado una mala partida pero no era el fin del mundo. Definitivamente no fue el evento que interrumpió mi vida en un antes y después y muchos meses y eventos pasarían para que llegase ese momento.
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