Hoy amanecí en un mundo azul. Un sin fin de esferas coloradas rozaban el cielo, recordándome de tus últimas palabras, aquellas que dijiste una mañana de febrero empañando mi felicidad. Te busqué en el infinito, detrás de las sonrisas y de las ilusiones que nos hacíamos cada vez que nos veíamos al azar. Las palabras que despidieron tus labios, aún calientes en mi imaginación, conducían mi búsqueda de encontrar aquellos brazos tiernos. Aquella sonrisa seductora y aquella mirada de cariño extremo que continuamente quemaba mis neuronas. Te busqué entre calles desiertas y corazones menguantes. Entre sueños húmedos y llantos ahogados en desesperación. Entre frases siniestras y novelas de amor. Estaba segura que te iba encontrar. Nadie se atrevía a decirme lo contrario. Pasaron los días y fui observando un vacío extenso (si es que la 'nada' puede llegar a hacer 'algo'). Un mundo que continuaba, muy a pesar de tu partida, muy a pesar de tu vacío. Traté tocar el aire de tu cuarto. Traté sentir tu labios sobre los míos. Hice toda clase de piruetas: lo juro, nunca fue mi intención darme por vencida. Sobre mi cama tu silueta aún se dibuja cual promesa de llenar el breve espacio en que no estás. Cada vez que caigo en cuenta, que termino de entender que tus brazos más nunca encontrarán los míos, entro en desesperación. Me ahoga el silencio y se me escapa la razón. Cuando tengo suerte, veo tu foto sobre el secreter. Tu mirada infinita sigue ahí: intento llenarme la vida de esos instantes de felicidad y de amor. Consigo que mi soledad se sienta acompañada y rezo por tu recuerdo, rezo para que nuestro pasado pueda convertirse en mi presente y futuro.
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