Fabiana se despierta a las seis, el primero del año. Solitaria se pasea por su cuarto rosado, paredes forradas de animalitos celestes que traviesos se ríen de ella, ya de ocho años y todavía invadida de barbies y una infinidad de peluches de colores pasteles que tanto aborrece. A principios de diciembre se había prometido a si misma soportar su cuarto infantil un tiempo más si el niño Jesús se portaba bien y le regalaba aquella cámara fotográfica que tanto quería.
Una diminuta sonrisa se dibuja en su rostro, haciendo hincapié en los bordes de sus labios, al recordar esa mañana de siete días atrás, en que fue sorprendida por una caja de zapatos forrada de papel periódico, que abrazaba una cámara clásica. ¿Nueva? ¿Usada? ¿Antigua? Eso poco le podía importar. Era de ella. Y era una cámara. Agradecida besó el bebé del nacimiento que adornaba el nicho de la entrada de su casa y corriendo fue a mostrarle a su papá el grandioso regalo que le había obsequiado el niño Jesús. Su papá, con una sonrisa de satisfacción personal entre diente y diente la felicitó. "ya sabes, mi amor, cuídala mucho, seguro le costó una pequeña fortuna".
Desorientada por el comentario de su padre (siempre pensó que el niño Jesús tenía privilegios gratuitos en el mundo entero) se regresó a su habitación a experimentar con su nuevo juguete. Encontró un rollo en la caja de zapatos, acompañado de una pequeña nota "Princesita, te regalo junto con la cámara un rollo fotográfico de 24 fotos. Adminístrala bien, son dos al mes. La próxima navidad te traigo dos rollos si te portas bien." Cerró los ojos. Intentó recordar cómo era que hacían en las comiquitas, y ayudada por su intuición y el ensayo y error, logró introducir la cinta en la cámara. Sigilosa observaba a su alrededor. Sin duda alguna que en esa habitación no había nada bueno que fotografear, sólo pruebas de que era, en efecto, todavía una niña. Ya la lucha contra el tiempo se estaba haciendo pesada, no importaba cuanto lo intentase, nunca iba poder alcanzar a su hermana, Clara, que en ese momento se encontraba en la cumbre de la adolescencia, a sus 16 años de edad.
Ahora, con su cámara en mano, Fabiana tenía una sóla ilusión: viajar por el mundo fotografiando aquellos lugares magníficos y todas las personas posibles, personas que de seguro tenían una vida más interesante que la de ella. O por lo menos más bonita.
En el momento se encontraban veraniando en su casa de la playa, en Punta del Este, en mes y medio se regresarían a Montevideo. Era una pequeña fantasía dentro de un mundo lleno de tristeza. La casa era una pequeña cabaña que su papá había comprado poco tiempo después de que muriera su esposa y madre de sus hijos años atrás, cuando Fabiana era todavía una bebé. Necesitaba un lugar que no estuviese impregnado en ella para poder superar la pérdida. Y también era una distracción para sus hijas, sobre todo para Clara que en ese momento tenía siete años y el corazón destruido.
Esa última semana del año pasó rápidamente mientras Fabiana observaba cada detalle que la rodeaba, en su cuarto infantil, en la cabaña agrietada, en el cuarto abandonado de su padre, en la habitación húmeda y traviesa de su hermana adolescente. Se abrieron clósets, latas, puertas que chillaban con el crujido de la madera y terrazas que absorbían el sol y la salitre para recordarle que no estaba en cualquier lugar, ella se encontraba en la playa. Observaba todo. Quería ver algo magistral. Y cuando pillara esa hermosa figura, persona, objeto, o momento, ese iba ser el intante del click. Mientras tanto se encontraba en una búsqueda perpetua de conseguir la perfección. Hasta ese primero de enero.
Su papá tenía un plan de pesca en la madrugada con sus mejores amigos que se quedaban unas casas atrás. Advirtió que no regresaría hasta las cuatro de la tarde e instruyó a Clara que cuidase de su hermanita y que le diera de almuerzo. Pero Clara, adolescente al fin, no desperdició la oportunidad para estar a solas con su novio, con quien se encuartó desde que su papá desapareció de la vista.
Luego de escribir una pequeña nota sobre su cama, diciendo, "estoy bien, me fui con papá", entre temerosa y emocionada, Fabiana salió por el patio frontal de la cabaña para la playa. Eran las 6 am. El sol apenas anunciaba su llegada alumbrando el cielo mientras dejaba una estela fucchsia y naranja. en su andar. En sus manos tenía una carterita tejida de mamá que su papá le regaló un diciembre anterior y adentro la cámara. Este era el momento que quería capturar para el resto de su vida. Su primera escapada. La sensación de libertad así sea coartada y la adrenalina que sentía por miedo a que alguien la reconociera y le llamara la atención. Sacó la camarita. Disparó la fotografía luego de varios segundos enfocando e intentando entender cómo un aparatito así podía captar el cielo, algo que era completamente intangible para ella. Maravilloso, pensó. Esta cámara puede hacer de lo imposible lo posible." Voy a fabricar mis recuerdos", sentenció.
Siguió caminando por la orilla del mar. No había casi nadie en la playa, nunca la había presenciado tan solitaria. En el horizonte veía los peñeros. Todos practicamente uno encima del otro buscando lo mismo, lo mismo que esa tarde probablemente iba a almorzar. Con su papá a la distancia, sin saber si era él, sin saber a quiénes estaba captando, Fabiana volvió a sacar su cámara de la cartera. Sabía que en ese instante su papá estaba feliz, pasándola muy buen con sus dos amigos. Toda su vida le tocó vivir sin conocer a su propia madre y con un papá deprimido y nostálgico de ver a su hija y no poder compartirla con su creadora. Ahora por fin hacía planes con sus amigos e invertía tiempo con ella para amapucharla y acompañarla siempre. Esa sonrisa, esa del papá a la distancia, a pesar de que no sabia si realmente era él, era una memoria que quería fabricar. Disparó una última fotografía.
4 comments:
Me encantan los detalles. Buen Cuento.
no esta mal pero, esta huérfano de tragedia sin duda la niña debe morir y la cámara quedar como testigo mudo para contar al mundo que los cuentos de rosa no existen.Claro que tu decides y es muy bonita la historia ....besss
buen concepto, los detalles me encantan tambien.
La siento como una historia de nostalgia, de evasion; Fabiana decide "Fabricar sus recuerdos" para evadir la realidad, ella cree que su papa esta a lo lejos, soriendo, contento con sus amigos y en realidad puede que no sea cierto; "Con su papá a la distancia, sin saber si era él, sin saber a quiénes estaba captando, Fabiana volvió a sacar su cámara de la cartera. Sabía que en ese instante su papá estaba feliz, pasándola muy buen con sus dos amigos".
La ultima frase me dejo a la espectativa (se murio?). Tal vez muere la nina del cuearto rosa e inicia a vivir la senorita que elle suena ser, evadiendo la realidad y sobretodo la tristeza que caracterizo sus primeros 8 anos.
Me encanto que a pesar de ser una historia realista, llena de detalles, te hace sentir la fantasia de esa pequena nina de 8 anos, como un romanticismo.
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