Recuerdo el olor a tarde achocolatada como si todavía estuviese ahí. Debí haber tardado una eternidad cubriéndome con el sueter, la bufanda y la chaqueta, mientras mis amigos esperaban impacientes: "¡apúrate Ani!, ¡ya son tres para las cinco!".
Corrimos por esas escaleras como si no hubiese mañana y entusiastas salimos a la calle para atravesar el Boston Common seguido por el Windy Corner mientras nos deslizábamos por las aceras cubiertas de nieve como expertos que éramos ya, evitando caídas resbalosas y pichaques de barro.
En el trayecto, numerosos carteles coloridos del distrito teatral de Boston nos saludaban ansiosos invitándonos a observar aquellos shows, por supuesto, luego de pagar una pequeña fortuna. Nosotros los veíamos con envidia, queríamos formar parte de ellos, pero estudiantes que éramos y con un presupuesto acortado, seguimos corriendo para el Double Tree.
Ahí vivía Tomo. Nuestro gran amigo japonés a quién la universidad ubicó en el hotel por falta de cuartos en los dormitorios internos. Él nos esperaba en el Lobby.
Sonrientes hicimos nuestra entrada triunfal a las cinco y cinco, como si fuésemos partícipes de alguna de esas películas pavosas con horas repetidas donde ocurren cualquier cantidad de cosas. Ellas estaban ahí: redondas, doradas, esponjosas y a la vez crujientes, con pequeños lunares esparcidos por toda su piel. A su lado una elegante porcelana despedía un cálido humo que siluetaba mi nombre, o al menos eso observé en mi imaginación.
Era el lugar, el momento, y la sustancia que llenaba nuestros seres de un dulce casero, casi como el de la nana o mamá, aquellos consentimientos que no apreciamos lo suficiente hasta que huimos de nuestro país, nuestro hogar. Nuestra comidita casera.
El té nos calentaba los huesos de inmigrantes tropicales mientras las galletas nos alimentaban de amor, llenando nuestros bolsillos del dinero que no tuvimos que gastar gracias a la generosidad del Double Tree.
Juntos reíamos de nuestro abuso y de cómo lo íbamos a seguir haciendo mientras fuésemos extranjeros, estudiantes, y seres que viven en la ciudad de Boston, sin ningún remordimiento. Tomo disfrutaba de nuestra compañía, aunque sus mejillas rosadas lo delataban un poco sonrojado con las miradas insinuantes de otros habitantes del hotel, que como él, viven entre cuatro paredes frívolas e inmodificables pero contentos, igual, por la inigualable merienda de chocolatechip cookies a tres para las cinco...
Juntos reíamos de nuestro abuso y de cómo lo íbamos a seguir haciendo mientras fuésemos extranjeros, estudiantes, y seres que viven en la ciudad de Boston, sin ningún remordimiento. Tomo disfrutaba de nuestra compañía, aunque sus mejillas rosadas lo delataban un poco sonrojado con las miradas insinuantes de otros habitantes del hotel, que como él, viven entre cuatro paredes frívolas e inmodificables pero contentos, igual, por la inigualable merienda de chocolatechip cookies a tres para las cinco...
2 comments:
FUE un grave error
de mi parte
haber leído esto
sin haber desayunado
Saludos :)
Bonita entrada! ^^ o debería decir deliciosa... XDD Hehe... Salu2!
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