Yo nunca fui muy chuchera. Cuando era pequeña recuerdo que en el colegio a la hora de almuerzo, las demás niñitas sacaban sus loncheras último modelo de Hello Kitty o Pochaco -porque vamos a estar claros, de kinder a quinto grado si tu lonchera no era de Sanrio, morada o fucchsia, eras una niñita extraña- llena de chocolates, Rikomalt, una chupeta y si acaso un tupper-ware con pasta o qué se yo.
Por el otro lado, yo sacaba mi lonchera, que era una de esas cavitas anaranjadas Playmate (creo que en el fondo teníamos complejo de margariteños), y adentro tenía un sandwich de atún, unas galletas de soda y un juguito Yukerí, o Frica, de esos Nectar de yo-no-sé-qué-rayos. Cuando tenía suerte me incluían también en la lonchera una galleta Club Social y cuando tenía mucha mucha suerte, unas Chocochitas.
Así era la despensa de mi casa, eso era lo máximo que podía encontrar. Y como esa siempre fue mi realidad, yo me acostumbré a comer tres o cuatro veces al día: desayuno, loncherita snack a las 11, almuerzo a las 2:30 y cena a las 7:30. La comida en casa siempre fue sana, pero nunca dietética. Eso sí, siempre nos mantuvimos alejados de las chucherías. Ocasiones especiales como piñatas, planes de playa, y viajes veraniegos a Estados Unidos podían ser la excepción y contadas veces.
Tal fue mi distancia con la chuchería que cuando a los 16 años descubrí que me gustaban las chupetas Bom Bom Bum, de fresa, me di cuenta que estaba jodida. Cada vez que me paraba en el kiosco camino a mi casa para comprarme una chupeta, y la degustaba ansiosamente, pocas horas pasaban antes de que me salieran dos o tres llaguitas en la boca. Y lo mismo pasaba cada vez que mascaba un chicle en el avión para que se me destaparan los oidos, o me comía unos tic tacs para el buen aliento. Cualquier producto chuchérico con colorantes y químicos artificiales tenía ese efecto en mí, de modo que siempre me mantuve bien alejada de todo eso. Naguará, creo que no hay nada más pain in the ass que una llaga en la boca. No puedes ni hablar bien.
La natilla, el arroz con leche, el tres leches, y el pie de limón, por el contrario, siempre fueron postres bien recibidos y muy disfrutados. Postres que se comían, también, sólo en ocasiones especiales como cumpleaños, día de la madre, del padre, navidad, etc. También debo confesar que tengo una extraña debilidad por los cupcakes con frosting de chocolate o vainilla, y por las galletas de chocolate chip. Cuando piso los Estados Unidos no puedo dejar de comprarme en el mercado un tubo de galletas de Pillsbury, y cuando voy a Nueva York una parada en Magnolia's Bakery es mandatoria para comerme mis cupcakes.
1 comment:
Hoy me siento muy identificada! en mi casa tambien es similar, por ejemplo, nunca ha existido espacio para los refrescos con excepcion de fiestas, hay frutas no galletas y en el patio hay limoneros, nada de nestea!...
Pero supongo que, a la larga eso trae muchos beneficios, algo a lo que nunca te has acostumbrado no causara ninguna adiccion en ti, asi que generalmente no me provoca ni la mas sencilla de las chucherias...
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