Trabajo en un periódico de turismo. Mis días están copados de 5y50 de la mañana a 8 de la noche, y aunque haga el intento de mantenerme firme y enérgica, llego a mi casa demolida. La universidad también exige lecturas, escritura de ensayos, trabajos de cualquier tipo y horas de estudio en general que poco a poco han desplazado mi tiempo de hobbies, como el de escribir en mi blog . Es por esto que, cuando el periódico decidió enviarme a La Gran Sabana en Semana Santa, yo pensé en todo menos en trabajo. Imágenes de cascadas vinieron a la cabeza, playas de río, momentos donde me dedicaría a escribir en la cima de una montaña, mientras admiro la vista. No tenía idea en lo qué me estaba metiendo.
El viaje comenzó cuando me monté en la camioneta que me llevaría a La Gran Sabana. Sabía que eran 18 horas, pero pensé que iríamos seguido, así que no me pareció tan grave. Error 1. El viaje duró dos días, separados por una noche asquerosa que pasé en uno de esos hoteles que cobran “por hora” ya que era Semana Santa, y no habíamos previsto de que el conductor no puede manejar tantas horas seguidas.
Llegamos a La Gran Sabana a las 9 de la noche del día siguiente, después de un largo camino accidentado para llegar al campamento donde íbamos a pasar los primeros días. Como era oscuro, desconocía lo que me rodeaba, solo una plaga incesante se hizo presente (pensé que la vitamina B12 que me habían inyectado en la farmacia de la universidad serviría para algo, error 2). Dormí sobre un colchón de aire, de esos que se desinflan a la mitad de la noche, en una carpa que no es inmune al sol o la lluvia (lo comprobé en ese viaje).
Al amanecer la vista me deslumbró. Era aquel un lugar espectacular, más hermoso de lo que tenía imaginado. Hermosas praderas con pequeñas colinas, diferentes tonalidades de verde, árboles bajos y altos, rios con agua de manantial, rápidos; todo esto me rodeaba. A lo lejos se veían diferentes tepuyes. Estaba rodeada de un mundo que parecía extraído de un cuento de hadas. Es entonces cuando saco mi cuadernito e intento escribir. Un mosquito. Dos mosquitos. Tres picadas, y uno de mis compañeros “bueno, ahora ayúdame a cocinar el desayuno”.
Tuvimos media hora para procesar el desayuno, luego vino la excursión al salto Uripa Merú. Dos horas y quince minutos de un largo recorrido por un camino, por un monte duro y agresivo que me rajaba las piernas sin ningún tipo de consideración. La vista nos había drogado hasta el punto que no sabíamos en lo que nos estábamos metiendo. Bajamos una montaña muy empinada confiando en lo que unos panas que se estaban quedando en el campamento nos habían contado.. Los pies se deslizaban en la bajada, el calor se hacía cada vez más presente mientras nuestra lentitud e inexperiencia nos acercaba a las horas del medio día. Teníamos la garganta seca y no habíamos previsto llevar agua (ya que nos dijeron que una vez que llegáramos el agua del salto era divino para beber). Bueno, después de un largo recorrido llegamos y sí, era espectacular. El salto tenía como 70 metros de altura. El agua caía con una fuerza impresionante sobre un pozo súper profundo en el cual nadamos como 3 horas. Al salir del agua, me eché en una piedra a escribir pero la cascada era tan fuerte que salpicaba por todas partes y yo ya estaba tullida del frío. Me eché un poco más allá, sobre otra piedra a descansar. Me picaron 5 hormigas enormes y no habíamos llevado nada del botiquín de primeros auxilios con nosotros.
En la noche tenía fiebre y estaba muy cansada. Me acosté a dormir temprano, después de admirar un buen rato La Vía Láctea (nunca la había visto tan nítida como en La Gran Sabana). El día siguiente fuimos al Salto Anawai, hicimos la excursión del Aponwao- Merú -segundo salto más grande de Venezuela, precedido por el Salto Ángel- y llegamos al Paují a las 11 de la noche. Directo a dormir.
La última excursión fue más tranquila, aunque subimos el Cerro El Abismo. Al llegar a la cima caminamos 1 hora para llegar a uno de los miles de miradores que tiene la montaña. Cuando llegamos quedé impactada. Se abrió ante mis ojos una ventana hacia el pulmón del mundo. Estábamos viendo la selva amazónica venezolana y brasilera en un solo abrir y cerrar de ojos. Ahí si me podía echar a escribir y a reflexionar. Pero resulta que en 2 minutos llegaron 7 personas, y el lugar era mínimo y por supuesto un barranco hacia abajo que si te descuidabas te matabas en un segundo. Los nervios y la claustrofobia nos espantaron de inmediato y salimos despavoridos de ahí. “Esto solo pasa en Semana Santa” nos explicó el artista Antonio Castillo, que nos acompañó en dicha travesía. El camino bajando fue más tranquilo, pero la noche se adelantó y no teníamos linterna. Se imaginaran bajar una montaña sin ver claramente donde colocas el pie.
Esa noche también llegamos exhaustos a dormir y el día siguiente madrugamos para recoger campamento e irnos. El trayecto de regreso fue espectacular, porque recorrimos de día toda la vía principal de La Gran Sabana desde lo más abajo hasta llegar a la entrada que queda hacia el norte. Fueron horas de admiración de tepuyes como El Roraima, El Indio Acostado, el Ptari Tepuy, entre otros. Estábamos sobre el gran Macizo Guayanés, conocido internacionalmente como la tierra más antigua del planeta – fuera del mar. Nos sentíamos parte de una historia, admirando su auténtica belleza natural. Fue un viaje que me sorprendió de muchas maneras, primero porque por más que me imaginara un lugar hermoso, esto era algo abrumador, y segundo que nunca pensé que no fuera tener 2 minutos para relajarme y pensar en la inmortalidad del cangrejo, o en simplemente “la nada”.
Ana Cristina Sosa M.