Yo tengo una teoría. A los veinticinco años y un día, el tiempo empieza a transcurrir más rápido. Llámese sudor, trabajo, redes sociales, ganarse un sueldo, escalar posiciones en el mundo corporativo, lavar la ropa, limpiar el baño, cocinar, pagar las cuentas, llegar a esa reunión, responder los Whatsapps de las amigas, de los clientes, de la familia. Todo empieza a abrumar y cada vez ese concepto que conocíamos como "Tiempo libre" se va haciendo más y más foráneo. Más y más extinto.Y es que, si lo piensan de verdad, el tiempo libre dejó de existir desde el día en que nos abrimos una cuenta de Instagram y nos compramos el primer smartphone.
Hace un año tuve mi momento "ahá" y empecé a hacer cambios en mi vida. A meditar. (O por lo menos intentarlo), a bajar el ritmo de intensidad de las cosas, a despertarme más temprano, a contemplar el amanecer (cuando no me gana el sueño, o la flojera). Estar más consciente del presente, sin importar si estaba mandando emails, diseñando posts, escribiendo copy, lavando ropa, cocinando, durmiendo siesta, o en el whatsapp con mis amigas. Se supone que el sólo estar consciente del momento que estás viviendo, hace que poco a poco ese sentir de que la semana voló sin darte cuenta, vaya cambiando, vaya disminuyendo. De ahí creo yo viene todo el boom que hay del "mindfulness". Si estamos conscientes del momento, y nos preocupamos por saborearlo, disfrutarlo y estar presentes, nuestra vida va cobrando un significado más grande para nosotros mismos.
Se supone que es verdad. Pero más veces de las que me gustaría admitirlo, mi saco de ropa sucia se empieza a desbordar y cuando saco la ropa de la cesta, la divido y cuento la ropa interior, me doy cuenta que pasaron ya quince días o descisiete días desde la última vez que lavé ropa. Y siempre, siempre siento que fue hace menos de una semana. Y me siento estafada. No sé por quién o por qué, pero es así, me siento estafada.
Aún cuando el tiempo libre, sigue sin existir. Me doy cuenta de que realmente lo que nos queda es decidir. Decidir en qué invertimos nuestras horas. Decidir cuántas veces vamos a agarrar el teléfono y dejarnos ser "hackeados" por las redes sociales. Decidir, por ejemplo, qué balance de trabajo-vida queremos. Cuánto tiempo vamos a invertir en Netflix. O en crecimiento profesional. Viendo Instagram Stories. En hacer ejercicio. En desahogar la mente. Cuántas horas de nuestros días vamos a gastar durmiendo la siesta. Descansando. Snoozing. Escuchando música. ¿Y realmente qué es lo correcto? ¿Cual es la distribución idónea? ¿Por qué a veces siento que tengo que agendar todo de nuestro día? Incluso el tiempo de desconexión. Me lo pregunto todo el tiempo.
Al final, decidí hacer un pacto conmigo misma. Tratar de que al final de cada día, cuando ya estoy acostada en mi cama, apunto de despegar en un sueño profundo, me invada un sentimiento de satisfacción personal. Sentirme contenta con cómo invertí mi tiempo ese día. Porque solo en esos días siento que no siempre vamos a perder la carrera contra el tiempo.