Sobredosis de B12

El día estaba soleado. El cielo incandescente. Miré hacia arriba con el estupor de quien hasta hace nada estaba teniendo un mal día. El sol lo cambió todo. El azul infinito aturquesado, me dibujó una sonrisa incoherente. Me recordó  de que estábamos en verano. Que había playa, arena y sol, a pocos minutos de la ciudad.  Me transportó a un sueño que tuve hace un par de días, donde todo se dejaba llevar por ese azul. Ese tono exacto, pantone #306, creaba un mundo paralelo donde los problemas eran virtudes, lo que me aburría, me divertía, y estaba infinitamente más feliz y mejor parada que en esta realidad. Ese día el día cambió. La realidad se mezcló con la fantasía pero con la certeza de tener testigos a mi alrededor, de no despertar con pellizcos o bofetadas, de estar viviéndolo en carne propia. Me di la vuelta una vez en el carro. Cambié de dirección. Hoy no iría a mi destino habitual, lleno de rutinas que lo único que han hecho es causarme incertidumbres. Ese día giré el volante, pisé el acelerador, fui contra el tráfico, contra la corriente, contra la costumbre, y me fui lejos, persiguiendo el sol, y el exterior. Llegué a un parque en la cima de una de las tantas colinas de la ciudad. Bajé la cobija abandonada de la maleta de mi carro. La eché sobre la grama. Me acosté viendo hacia arriba. Lo único que quería era llegar al sol. Absorbí toda la vitamina b12 que mi cuerpo podía aguantar. Una sobre dosis de tranquilidad y alegría inundó mis venas. Estaba feliz así, conmigo y sin todas las cosas que me fastidiaban de mis días, absorbida por el sol, entregada a la aventura, la novedad, la distancia, la ilusión, no de tener a alguien, pero de la posibilidad de alguien, a la distancia, pero ahí.