Tuesday, March 3, 2009

El karma de sufrir y el privilegio de ser felices

A lucho, que me iluminó con esta idea


Aquél no era un día cualquiera. Al alba del amanecer, en la ciudad de Ashgabat la poca iluminación que había era un crepúsculo cuya escasa luz hacía que todo pareciera del mismo color. Nawzad sabía que debía partir en ese instante, no antes y no después. Su esposa, Qalat, y sus tres hijos dormían en paz sin producir más ruido que el de sus respiraciones que parecían practicamente sincronisadas. Eran las 5y15 de la mañana y sabía que iba ser un día largo pero no había nada que hacer. Su deber era su deber.

Partió silenciosamente intentando no despertar a su familia. Caminó por varias calles desiertas hasta llegar al centro de la ciudad donde lo esperaba la construcción de una de las grandes obras de infraestructura que, bajo la presidencia de Niyazof, estaban convirtiendo Ashgabat en una especie de vanguardia mundial y a Qalat le gustaba ser parte de ese cambio. Así fuera un trabajo mal pagado, como todos los que podía ofrecerle su país. Allí sentía que su labrado trabajo como obrero iba dejando huellas en un monumento que sería luego visto y admirado por todo el mundo. Sus días estaban completos de 15 horas trabajando en las más arduas condiciones. El calor y la humedad solo ayudaban a otorgarle momentos de desesperación en el que el orgullo de su trabajo quedaba atrás y en lo único que podía pensar era en sumergirse en una piscina helada a nadar y refrescarse. Cuatro horas más tarde decidió echar una pequeña escapada a una bodega que quedaba a un par de cuadras de allí, donde compraría un agua para hidratarse. Sabía que estaba empañado en sudor y que la gente, o la poca gente que había en las calles, lo veían como un loco. No le importaba, en ese momento solo podía pensar en el vaso de agua que tanto anhelada. Mil pensamientos han podido pasarle por su mente, recuerdos de su familia, ambiciones de vida, observaciones ante lo que le rodeaba, pensamientos de cualquier tipo, pero no. Él sólo pensaba en el agua. Poco sabía Nawzad que sus minutos estaban contados, que iba ser víctima de una escena violentísima, en el que un hombre que había perdido todos los estribos, se vengaría de la traición de su esposa con el cajero de la bodega, tiroteando sin parar y matando a todo el que se le cruzara en el camino. Nawzad era uno de ellos. Un tiro le atravesó el corazón y lo mató en 1 segundo. No tuvo tiempo de pestañear, de pensar en sus familias, en la obra en la que dejaría de construir, y todo lo mucho, o lo poco que dejaba atrás.

La policía tardó una hora y 14 minutos en llegar a la bodega. Una vecina, que sintió los tiros y el escándalo de gritos y llantos llamó al cuerpo policial de Turkmenistán, quienes en el momento estaban ocupados atendiendo otros asesinatos, otros robos, otras muertes. La policía logró identificar la mayoría de los cuerpos que habían en el suelo de la bodega, casi todos cargaban su identificación en la billetera o en los bolsillos. Sabían que no se trataba de un robo y que estaban presenciando un crimen de naturaleza vengativa. Lo primero que debían hacer era notificarle a los familiares de las víctimas, lo sucedido. Quizá la parte más desagradable de la tarea policial.

Qalat y sus 3 hijos se encontraban en el patio lateral de la pequeña y humilde vivienda que habitaban. Los niños jugaban entre sí y ella los veía, y sonreía, convencida de que su familia era lo más preciado en su vida. Eran las 4 y 50 de la tarde cuando tres hombres uniformados tocaron furtivamente la puerta a la que rápidamente Qalat acudió para ver quién estaba enfrente. Cuando vio que estaba en presencia de tres hombres uniformados, sabía que nada podría estar bien. Las palabras del primer oficial le golpearon como un bálsamo al oido. No podía creer lo que estaba escuchando. Inmediatamente la desesperación la tumbó al suelo y sólo podia llorar de la tristeza que la invadió súbitamente al escuchar que su esposo había sido victima de un tiroteo y murió unas horas atrás. Los oficiales se fueron a los pocos minutos y la dejarón allí, sola y desamparada. Sus hijos seguían jugando inocente e ingenuamente en el patio lateral. Poco sabían que sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre. Qalat se armó de valor y salió al patio. No pasaron dos minutos antes de que sus hijos se percataran de la palidez en su rostro y sus ojos hinchados de tanto llorar. A Qalat no le quedó otra que contarles lo que había sucedido. Ahora ya no sería ella la que lloraba sola y desamparadamente, si no los 4, en un llanto unísono de desesperación y shock al saber que la cabeza de la familia desaparecía para siempre.


A millones de kilómetros de Turkmenistán, un pequeño pueblo de Illinois, amaneció cubierto de nieve que no dejaba de caer del cielo. Ese sería el primer día, de muchos que quedaban, por nevar. Era el inicio de un invierno que duraría 4 meses y que aumentaría el consumo de gas en todo el estado. Rachel Johnson, madre soltera de 2 niñas rubias y preciosas se despertó ese sábado a prepararles el desayuno a sus dos hijas que pronto estarían pegando brincos por toda la casa, felices de ver nieve por la ventana y desesperadas por jugar en ella. Mientras cocinaba unas panquecas con cambur, el plato favorito de Zoey, la más pequeña, Rachel recordó su infancia al sur de California, sin nieve y sin frio y sin hermanas con quien jugar. Era hija única y como toda hija única fue muy consentida por sus padres que la adoraban por sobre todas las cosas. Extrañaba mucho a sus papás que hace años se fueron de los Estados Unidos con una promesa de recorrer el mundo- del que poco conocían. Escasas veces llamaban y Rachel, que sólo contaba con la presencia de sus dos hijas, los echaba mucho de menos.

Las niñas bajaron al tiempo en el que estaba la mesa servida y tuvieron un desayuno sensacional. Los fines de semana eran el momento predilecto de las niñas porque sabían que podian contar con la presencia de su madre full time, a diferencia de los días de semana en los que Rachel tendría que salir a trabajar de 9 a 6 de la tarde.

Después de comer, Rachel subió a sus niñas y las vistió bien abrigadas con suéteres y chaquetas de invierno, botas de nieve, gorritos, y guantes. Salieron al jardín de la casa y jugaron con la nieve. Las niñas abrian sus bocas y subian la cabeza para comer granitos de nieve que caian del cielo. Sabían que tenía prohibido comer de la nieve que ya estaba cubriendo la grama. Rachel veía a sus hijas y sabía que estaban super contentas y felices de estar allí, jugando y en presencia de su madre. Ella también estaba feliz de ver a sus hijas jugar y crecer y de poder estar con ellas ahí en ese momento. El día parecia sacado de un cuento de hadas. El cielo tenia un colo azul claro infinito y no había ni una sola nube en el cielo. El día estaba soleado y la temperatura era agradable. Entró un momento a la casa buscar la cámara para capturar ese momento para siempre. Sabía que era un día especial.


ACS

1 comment:

Luciano Federico said...

Primero, agradecerte enormemente la dedicatoria. Saber que se tiene a gente fantástica con quien contar y que sobreviven como una luz en nuestras vidas.

Asi pasa la vida, sin rumbo, con caminos imaginarios, trazados en nuestra mente y sostenidos en esta masa de coacción en la que vivimos.

Me hace recordar a una canción en italiano muy famosa "Sará, saraá, che sará?"
Será, será, qué será la vida.
Te cambia en menos de 1 minuto y no avisa.

Asi llega el amor que nos envuelve y lamentablemente ahora lo calculamos, el amor no se calcula.
como esos niños bajo la nieve nos cubren los problemas y la alegría.
Como dice Gilberto Santo Rosa: hacer de lo dificil lo más bello

Te abrazo y te envio muchos besos.
Sigue escribiendo. Ama a través de las letras, leer nos hace grandes.

Lucho

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