Cambios, cambios. Estos últimos cuatro años de mi vida han visto pasar muchos cambios. Cambios de hogar, de colchón, de clósets, de peso. Cambios de pasatiempo, de oficio, de novio, de amigas. He estado gorda, flaca, mamita, negrita, pálida, pecosa, no tan pecosa, pelo largo, corto. Me he dedicado a escribir y a no escribir. A dormir y a no dormir. Me he sientido bien, feliz, realizada, deprimida, enamorada, enfrascada, liberada y otra vez, triste. He visto películas que me han hecho reír hasta no parar de llorar.
En 4 años me he mudado 6 veces. ¡SEIS! De más está decir que no quiero volver a ver una caja más.
Pienso las cosas cuatro veces antes de comprarme así sea una franela. Dono y regalo cada vez que me acuerdo. Que no es tan a menudo como debería de serlo. Hasta que tengo que mudarme una vez más y regalo el 80% de mi ropa y aún cuando lleno el clóset nuevo, me parece que he podido regalar más.
Cuando llegué venía acostumbrada de pagar menos de 10 centavos de dólar por un tanque de carro. Acostumbrada, como una reina, a no tener que bajarme del carro para echar gasolina. Aquí me tocó aprender sincrónico, y sobre todo me tocó acostumbrarme a no morirme de la arrechera al ver la pantallita de la bomba anunciar que me acaban de clavar $55 por llenar el tanque. Todas las putas semanas.
Un sentimiento extraño, al cuál nunca me acostumbre: Aquí estoy yo pagando este dineral, que se multiplica por un millones cuando entra al país, y sin embargo se esfuma antes de que llegue a producir algo más que un nuevo rico enchufado en alguna esquina del país. Nunca fue consuelo, cuando estaba cara la gasolina, de que por lo menos el barril de petróleo estaba alto y el país haciendo real.
Ahora pago $18, y no $55. Y es un sentimiento tan extraño, por un segundo me alegro que ya no me está pegando tanto en el bolsillo, por otro segundo me entristezco de saber que mi país está atravezando una debacle económica sin igual. El único consuelo: cada vez serán menos los nuevo ricos y los enchufados y los multimillonarios que arruinan el país. O por lo menos esa es la pequeña esperanza.
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