¿Cuánto puede cambiar el mundo en 1 mes? ¿En una semana? ¿En un día? Pues, con toda certeza puedo contestar que mucho. La vida cómo la conocíamos hace un mes ha dado un vuelco de 180 grados para casi todo el planeta. Me resulta increíble leer la última entrada que escribí, hace exactamente un mes, y darme cuenta que en el momento en que la escribí no me pareció ni relevante mencionar que estábamos en medio de una crisis mundial de salud.
Hace un mes el problema que ahora enfrentamos en el mundo, sólo lo enfrentaban un par de países, y aunque todos los pronósticos apuntaban a la realidad actual, en el fondo nadie pensó que “ésto” realmente fuera a pasar. Se puede decir que hemos vivido en carne propia la “Crónica de una pandemia anunciada”.
En menos de un mes, en Estados Unidos, pasamos de 1,200 infectados, a 57,000 mientras escribo este ensayo. Quizá para el momento en que lo termine, ya serán 65,000 pues pareciera que cada minuto el total de contagiados aumenta significativamente. El mundo se ha paralizado. La economía está estancada. Un tercio de la población está sin trabajo, y más de la mitad del país está encerrada en sus casas bajo órdenes del gobierno. Suena a película de ciencia ficción, lo sé. Es una crisis apocalíptica y lo más fuerte de la crisis es que no se sabe realmente cuánto tiempo va a durar. Esto nos da la sensación de estar entrando en un túnel negro sin poder ver la luz al final y eso en sí sólo, deprime a muchos.
Lo único que sabemos con certeza es que estamos lejos de estar en el punto más crítico del problema. Que la magnitud del problema es más grande de lo que podemos asimilar. Que hoy nos sentimos saludables, pero existe la posibilidad de que el virus ya nos esté invadiendo el organismo, lentamente esparciéndose, solo para darnos cuenta en cualquier momento cuando la fiebre ataque que tenemos dos semanas contagiando a todo el que se ha cruzado en nuestro camino. ¿Cómo me siento? Pues me siento como una bomba, con un timer oculto, sin saber cuándo va a detonar.
Hace un par de semanas vimos los horrores que estaba viviendo Italia, y aunque en Italia nos advirtieron de que eso nos pasaría aquí si no nos tomamos las precausiones de encierro -en serio-; lo cierto es que ya hemos alcanzado el nivel de Italia y probablemente mañana o pasado mañana lo hayamos superado pues ya en Nueva York el índice de contagiados per cápita es mayor al de Italia y el gobernador cada vez que puede asegura que así vamos a estar los demás estados en menos de dos semanas.
Para nosotros que trabajamos en casa desde hace muchísimo tiempo no ha cambiado demasiado nuestra dinámica diaria. Pero resulta difícil concentrarnos en las labores diarias más cotidianas cuando el aire que se respira es denso y lleno de angustia, paranoia e incertidumbre. El Whatsapp retumba al son de una cadena de videos inagotable; algunos te hacen reír, otros te hacen llorar, algunos te trauman, otros te dan esperanza, pero todo, absolutamente todo tiene que ver con la crisis mundial de salud que enfrentamos.
El líder de la potencia mundial dice que no podemos dejar que la cura sea peor que la enfermedad, y en cierto sentido, puede tener algo de razón. Pero, ¿de qué nos sirve disfrutar la vida hoy si al hacerlo puede que mañana no tengamos salud para disfrutarla? Creo que dentro de todo lo malo, hay que buscar lo bueno, y en este caso lo que pareciera más obvio es que la tierra está sanando. Los niveles de contaminación atmosférica han mermado drásticamente, el océano se ve más claro, la fauna está retomando sus espacios y la naturaleza está floreciendo. Todo lo que está ocurriendo nos hace apreciar y agradecer que tenemos lo más importante: salud. Nos ha hecho replantearnos las prioridades de vida. ¿Qué es lo que realmente importa? En estos momentos donde sólo nos tenemos los unos a los otros bajo un mismo techo, ¿en qué vas a dedicar tu tiempo?
Uno de los ejercicios de esta semana, del workshop creativo que estoy haciendo (The Artist’s Way), pide que hagamos un “reading deprivation”. Eso es que por una semana no leamos nada. Cero literatura, cero noticias, cero newsletters, básicamente aislarnos de cualquier texto. Leer literatura es algo que en estos momentos no puedo hacer, de hecho tampoco, pude por un par de semanas, tan siquiera leer el capítulo semanal del libro del workshop creativo pues me resultaba imposible concentrarme. Estaba obsesionada con los números de infectados, de muertos, de países con contagios nuevos, refrescaba las noticias, leía cuánta crónica se me atravesara en el camino hasta que me detuve un segundo y me di cuenta de que tenía la vibración por el piso. En ese momento mi prioridad cambió a aumentar la vibración y empecé a hacer las cosas que me dan alegría: tomar sol, ver el mar, sentir la brisa fresca en mi cara, darle mucho amor a mi bebé, escribir, hacer mis ejercicios de gratitud y afirmaciones de un mundo mejor. Son cosas que lejos de poner en riesgo mi salud y la de mis seres queridos, me dan las fuerzas necesarias para enfrentar los días con ánimo, buena actitud, energía.
No es fácil. Nadie dijo que lo sería. Aún cuando hago el intento de no leer noticias, a veces no lo puedo evitar y paso horas leyendo. Aún cuando me propongo bajar mi “screentime” del celular al mínimo, a veces no sólo no lo logro bajar, sino que el consumo aumenta considerablemente. Pero recordando lo positivo, dentro de lo malo, enfoncándome en mi bebé, en mi trabajo, y en las pequeñas cosas que puedo hacer para sentirme mejor en mi día a día, sobreviviré. Y espero que tú también consigas la forma de hacerlo.
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