Aurora duerme al revés. Inquieta se pasea por su solitaria cama matrimonial, de derecha a izquierda, de arriba a abajo, por debajo y por fuera de las sábanas ya húmedas y pegadas a su piel. El calor no la deja soñar ni pensar en otra cosa que el sudor que se resbala de sus mejillas. Cobijas y almohadas terminan en el piso, en su desesperación y múltiples desplazamientos que al final sólo garantizan que Aurora, en efecto, durmió al revés. Se despertará con la cabeza y los pies a lo ancho del colchón, y no a lo largo, como el resto de los mortales que ha conocido en sus 28 años de existencia.
Se levanta cansada y bañada en sudor, como quien ha pasado las últimas tres horas matándose en un gimnasio. Ella se concentra en el hecho de haber pasado la noche quemando calorías -no importa cómo- y se olvida de las pocas horas de sueño y el cansancio que poco a poco se va acumulando en su cuerpo, dejando huellas que acarician sus ojos y que según ella, no son más que el reflejo de su gran sabiduría y proactividad ante la vida.
Los minutos actúan como catalizadores de sus obligaciones diarias, aquellas que la mantienen siempre de pie, impulsando la excelencia así sea en su labor de vendedora ambulante en una carretera al pie de las mejores playas del litoral central. Luego de dejar a su pequeña hermana Lucía y sus tres primas hermanas en el liceo a las seis de la mañana, se dirige a contar las frutas del día, aquellas de las que procura sacar una buena tajada que la ayude a pagar esa pequeña habitación donde vive. La misma que alberga la cama matrimonial, la del inicio, que por cierto ocupa casi el ciento por ciento de los escasos metros cuadrados con que cuenta.
El calor y la humedad le hinchan los pies, sin embargo en su mente sólo hay espacio para una fotografía mental de lo que a diario consume, sin duda alguna, en los mejores quince minutos del día. La foto es aquella de sandías: picadas y frescas, rosadas y verdes, triangulares, dulces pero a la vez, refrescantes. Se le hace agua la boca mientras anticipa esos quince minutos gloriosos en los que sentada, al pie del asfalto, entre tierra y palmeras, transeúntes y un vacío vehicular misterioso, del cuál todavía no existe explicación, se devora una a una esos trozos de sandía, patilla, o como se quiera llamar al fruto que de cierta manera le da sentido a su día. Ella la llama "sandía para la vida", así la vende y así la comprende, después de todo tiene el poder de dividir su día en un firme e impaciente antes y un glorioso después.
Ana Cristina Sosa M.
1 comment:
La sandia de cada dia...en busca del pan de cada dia...
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