Recuerdo con mucha precisión ese lunes. Querías hacer algo diferente, sacarme de la rutina en la que estaba inmersa nuestra relación. Una y otra vez, vivíamos siempre lo mismo: un cine, una cena, una película en casa, un almuerzo familiar. Ya los temas de conversación no giraban en torno a acontecimientos interesantes, chismes siniestros, ni anotaciones literarias de nuestras lecturas individuales. Ésto probablemente producto y causa de nuestras repetidas, extensas y monótonas conversaciones diarias al teléfono que sin duda asesinaban cualquier posibilidad de novedad al vernos. No dejábamos de hacerlas porque nos sentíamos extraños cuando no lo hacíamos, prueba de que somos, en efecto, animales de costumbre que difícilmente pueden vivir sin la certeza que brinda la rutina.
Me buscaste a las siete en punto. Nunca lo olvidaré. Cargabas una franela manga largas, tus jeans inmundos que sabes detesto, y aquellos Converse negros, también inmundos, pero que son probablemente la única marca asociada a nuestra relación. Me repicaste cinco veces al celular, no habías querido contarme a dónde me ibas a llevar, y como dijiste era un plan completamente diferente, yo cambié los Converse por tacones, los jeans rotos por una falda y la chaqueta por un escote. Mi esfuerzo por cambiar el look fue tal que tras salir de mi casa quince minutos tarde (mientras tú esperabas sin clemencia) te quedaste observándome por lo que me pareció una eternidad, sonreíste y no me pediste que me cambiara. Querías verme así.
Yo también te vi: estabas tan zarrapastroso y desaliñado como siempre y esto me hizo sentir una rabieta tan grande que a mitad de camino casi te pido que te devolvieras y me dejaras de nuevo en casa. Probablemente sentiste salpicar mi decepción con el trancazo de la puerta que dejó el carro vibrando unos cuantos segundos a posteriori. Trataste de calmar las aguas poniendo aquella canción de Depeche Mode "Enjoy the silence" que tanto me tranquiliza. Maldita sea, me conoces demasiado bien.
Cedí ante tu mano acariciando mi pierna con mucha ternura durante todo el trayecto, mientras maniobrabas con la mano izquierda la palanca de tu carro sincrónico y con el codo hacías magia para direccionar el volante. Te negaste rotundamente a revelar el destino, sin embargo las autopistas no mentían al informarme que nos estábamos despidiendo de la capital, lo que me hizo sonreír a mis adentros: por lo menos, pensé. Por lo menos estamos saliendo de este infierno.
Era una de esas noches húmedas. Tras haber llovido toda la tarde, el pavimento estaba cubierto por una tenue baba transparente que lamía los cauchos del carro advirtiéndonos de su peligro. Yo sin embargo estaba tranquila. Sabía que no nos íbamos a colear, no sé cómo ni por qué, pero siempre me has inspirado seguridad tras el volante. Está bien, sí, lo reconozco: tienes talento para conducir.
Cinco salidas y cuarentaicinco minutos más tarde llegamos a nuestro destino final. Fui sorprendida por un pequeño parque de diversiones ambulante tan triste como el que existía en el Poliedro de Caracas hace diez años, Ciudad Mágica. Por ti hice el mejor esfuerzo de falsificar una sonrisa que se dibujó en el reflejo de tus ojos como un logro, a medias, todavía no en su totalidad. Te apretujé el brazo, quería que me abrazaras. La neblina entraba a mis pulmones con cada inhalar y el frío me helaba los huesos, además de la piel expuesta por mi inapropiada pinta sensual.
Menos mal eres rápido para captar indirectas. Me abrazaste fuertemente y en cuestión de segundos me tenías cargada bajo el pretexto "esos tacones deben pesarte más que el frío". Yo no me quejaba: ¿cómo hacerlo? A pesar de estar rodeada de luces multicolores, payasos diabólicos y algodones de azúcar que contaminaban mi vista y el apetito de comer lo que fuese, contaba con tu presencia en un momento muy diferente a cualquier otro que habíamos compartido.
Y como lo diferente, a veces también raya en lo cliché, no podíamos irnos sin viajar por la rueda mágica, solos tú y yo, acompañados de las ochocientas lucecitas de colores, como fuegos artificiales estáticos que burlaban permanentemente nuestras vistas mediante una infatigable persistencia retiniana.
No sé en qué parte del país estábamos, en qué suburbio. No sé, tampoco, qué era todo aquello que estaba detrás del arcoíris plástico, de la neblina fugaz, de los sueños multicolores y el columpio que se balanceaba sobre un eje ordinario, inestable, y aterrador. En segundos olvidé todo aquello. Los dedos de mis manos se aferraban a los tuyos, mientras compartíamos el más apasionado beso que tres años de relación no habían podido presenciar: aquel era nuestro lugar en el mundo. Dentro de lo falso, lo auténtico. Dentro del cliché, tú y yo rompiendo con lo cotidiano. Cerramos la noche en tu carro. Para este entonces ya el logro era total.
Más nunca volvimos a ir a aquel lugar. Estoy convencida de que esa era precisamente la idea porque han pasado ya quince años y todavía no consigo olvidar la noche del arcoíris plástico.
Ana Cristina Sosa M.
8 comments:
Me encantó tu post, de verdad que los seres humanos estamos detinados a la costumbre y termina pesando, espero que sigan uno a lado de otro, creo firmemente en que el destino que hace que estemos con quien debemos.
nunca dejen de "alimentarse". un beso.
Eres bienvenida a mi teatro.
Buen post, y es cierto aveces las cosas inesperadas son las q no se olvidan
i <3 ani
Tienes fuerza escribiendo, queda uno agarrado desde el inicio. Pero una recomendación, cuida la ortografía tienes varios errores que me hicieron la lectura tropezada por partes. De resto me gustó. "Sedí" es Cedí.
En verdad, no me parece que Ana Cristina deba hacer un esfuerzo enorme por cuidar la ortografía, fue sólo esa palabra e igual, ya la había cambiado. Sin embargo, nadie es infalible.
me encantó anita!!
de lo mejor que has escrito últimamente!! estoy sinceramente orgulloso de que estés tan activa y creativa!!
un gran abrazo
p.d. me encanta este nuevo diseño que has puesto. i miss you too baby
Gracias Rosita y R_V por sus comentarios, a Bruno por leer el blog -a pesar de mis faltas ortográficas- a Mina por quererme y defenderme, y a Victor por escribir y manifestarse en este espacio, ¡ya te quiero ver!
un gran abrazo a los cinco,
Ani.
Después de leer esto... Supongo que debería tener un poco más de esperanzas, no siempre se termina con el alma desmembrada...
Supongo que de eso se trata, de vivirnos un día a la vez y recordar de que estamos hechos... de mirar hacia dentro iluminados por un arco iris de plástico =)
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