Ok. ¿Qué decirles de mi adicción al café? Y ni siquiera al café. A la ca-fe-í-na. Es algo descomunal. Esta manía empezó desde que trabajaba en la agencia de publicidad de copy-writer el año pasado. El despertarse temprano para llegar al trabajo y estar en ese ambiente helado sencillamente te impulsa a correr hacia la cafetera. Recuerdo en ese momento a la bruja Inés, la señora que preparaba el café, carajo la verdad es que le quedaba divino, lo hacía en cantidades generosas y lo almacenaba en un moderno termo dantesco que lo mantenía hirviendo a toda hora. Y yo era la abusadorsita que entraba en la micro cocina (porque siempre son como de mentira las cocinas corporativas) para servirme aquel vasito de café, cada hora y media. Lo genial era que detrás de la cocina había una puerta que te llevaba a una especie de azotea (el edificio tenía apenas tres pisos, salir a la azotea no era en lo más mínimo una señal de depresión) y podías tomarte el café ahí, aislado del trabajo por unos pequeños minutos mientras veías la parte de atrás de una de estas areperas de Chacao, el Centro San Ignacio a la derecha y detrás, nuestro bello Ávila. Era una buena costumbre laboral. O mejor dicho, anti laboral.
Luego, cuando dejé el trabajo por un viaje de varios meses a Nueva York, sustituí el café por la Coca Cola Light. Yo era de esas que siempre se negaba a tomar productos dietéticos, porque hello, ni que yo fuera gorda. Pero ese mes de julio recuerdo que me dio, por primera vez en mi vida, por hacer dieta y ejercicio porque yo tenía la extraña fantasía de llegar a Nueva York más flaquita, buenota y espectacular. Y bueno, empecé a caminar, a desayunar una manzana con yogur descremado, almorzar pechuga de pollo con brócoli y cenar atún con vegetales (ni una cucharada de mayonesa). todos los santos días. La dieta fue un fracaso nefasto, tres semanas y sólo había adelgazado un kilo, que a ciencia cierta me lo había quitado la primera semana. Esto me quitó el estímulo de seguir sacrificándome. Y yo, hay que decirlo, tengo mentalidad de gordita. Siempre la he tenido. Delirio por unas papas fritas. Me encanta que me inviten a comer. Amo una pasta, una pizza, una hamburguesa, un pie de chocolate, un tres leches. Un pabellón. No podría vivir sin el arroz blanco y las tajadas fritas. Amo la comida, y no me gusta pasar hambre o dejar de comer.
Entonces le dí con la Coca Cola Light por muchos meses hasta que en enero de este año, empecé a trabajar otra vez y de nuevo, aunque aquí no tengo a la bruja Inés, siempre estoy tomando café. A veces se me va la mano, y me sirvo dos mugs grandes. Y en eso me siento embuchada. Y es la sensación más horrible. Cuando el café de la micro cocina se acaba, o sencillamente nadie hizo (y yo soy de las inútiles que no sabe montar una cafetera de esas eléctricas, sólo las de greca) bajo al cafetín con mi amiga y nos actualizamos en nuestras vidas mientras me tomo un con leche exquisito (le echo canelita a la crema) y compartimos un Cri Cri. Es lo máximo.
Pero la verdad es que sin el café o la Coca Cola Light siento que no termino de despertar. Es esa adicción 100% nociva para la salud porque te crea una dependencia, y además, te mancha los dientes. y para rematar, te saca celulitis. Recientemente, he tratado de sustituir los mugs de café negro por una lata de Coca Cola Light, pero hasta la chamina del cafetín que me vende la droga me regaña, y cada vez son más las personas que me miran con cara de loca cuando me ven desayunando una empanada de queso con Coca Cola Light. Sólo espero que cuando llegue a vieja no me pase lo que le pasa a mi papá, que si pasa media hora, después de desayunar y/o almorzar, sin tomarse su café, lo invade una migraña horrible hasta que finalmente se toma el primer sorbo de su Starbuck's que queda en la esquina de su casa. Si no es ese, no se le quita.
1 comment:
cambialo por te amiga!!! creo q tb tiene cafeina q t despierta pero ayuda a limpiar el organismo o idk jeje pero it's super more healthy!! T AMO!
Post a Comment