Se dañó el aire acondicionado. Margarita, sin aire acondicionado. Se imaginarán la tragedia... Al principio no hacía tanto calor porque el apartamento conservaba un poquitiiico del fresco acumulado de dos semanas con el aire prendido. Al rato, ya lo que había era un vaporón a toda mecha, que de casualidad y pudimos dormir esa noche. Yo tengo una extraña manía, y es que no puedo dormir sin peso encima. O bueno, me cuesta muuucho dormir sin un kilo de sábanas, cobijas, edredones/duvet encima (mal pensados todos! jaa). Lógicamente, con el aire dañado, adios a las sábanas y cobijas y adios al sueño profundo. Cada quince minutos me volteaba a ver la hora. Las ventanas no se pueden abrir. Los mosquitos/moscas/ y demás bichos del trópico son peores que el calor. A primera hora de la mañana llamamos al Sr. del aire, pero nos dijo que iba a venir a las 4:30 de la tarde. Con él se fueron las esperanzas de nuestro día de playa -somos de los que desayunamos a las 11 y salimos a la playa entre 1:30 y 2pm). Tomar sol, leer, visitar el cyber (para que se vaya la luz, redactando esta misma entrada). El señor del aire nunca vino, y nos quedamos con la rabieta de haber perdido uno de los últimos días de playa en vano. Bahh, tampoco es que teníamos mucho ánimo para malhumorarnos. Además, esa noche teníamos una reservación en restaurant Casa Caranta, de Pampatar.
Llegamos media hora tarde al restaurant, pero poco importaba porque Margarita fuera de temporada, (así sean cuatro días después de la temporada) no tiene nada que ver con Margarita en plenos días feriados. Thank God for that. El restaurant, tan lindo como siempre, estaba medio vacío y no tenía mucho ambiente. Pero, por otro lado, tuvimos la dicha de ser atendidos por Gaby, la dueña y chef del lugar. Nos recomendó de entrada una ensalada de peras, rugula, radicchio y lonjas de queso Palmizulia tempurizado con vinagreta a base de miel que estaba espectacular. El menú no era muy variado y el 99% de los platos tenían mariscos y para mi desfortuna, yo soy hiper alérgica (se me tranca la glotis), así que pedí la única pasta que no tenía mariscos: Pasta Toscana, con berenjenas, jamón serrano, tomatos cherries, queso mozarella, etc. En verdad estaba divina. Pero no era nada excepcional (porque supongo que es un plato medio común). Por otro lado, la pasta que pidieron mi tía y mi mamá, tailandesa con camarones, se veía espectacular. Cerramos la noche con una panacota con fresas que también estaba deliciosa. (Y ahora estoy empezando a entender porque me engordé tres kilos en dos semanas).
(La ensalada/entrada que pedimos, ¿no se ve deliciosa?)
(Anécdota de Casa Caranta: nos había llegado un cuento, por varias personas distintas en Caracas, que un par de meses atrás fueron un grupo de señoras a cenar al restaurant, y pidieron todas tres platos más como cinco botellas de champagna durante la comida. Al llegar la cuenta, las mujeres sacaron pistolas, y asaltaron a todos los clientes del restaurant. Se robaron Blackberrys, billeteras, prendas, etc, más todo lo que habían consumido que obviamente nunca pagaron. Como estábamos allá, y la dueña era quien nos estaba atendiendo, le preguntamos sobre dicha anécdota y la negó hasta la muerte. Nos dijo que probablemente el rumor lo empezaron sus vecinos envidiosos cuando ella estaba en Caracas unos días, para quitarle clientela al lugar. ¿Qué tal? Ahora no estamos seguro si la dueña habrá sido franca, porque este tipo de cuentos siempre tienen que negarlos, así sea verdad, porque es la peor publicidad para el negocio).
La verdad es que en estas crónicas margariteñas no he hablado mucho de nuestras comelonas del viaje. Comimos exquisito. Excelente forma de despedirme de la no-dieta. La primera noche en Margarita cenamos en Bushido... un restaurant japonés/peruano en el centro del Centro Comercial Rattán Plaza que es deli. Mi mamá siempre pide el chupe de camarones, yo en cambio, pedí un roll nuevo esta vez que me dejó extasiada. Era un roll tempurizado que tenía salmón, tilapia, cebollín, queso crema, berros tempurizados y salsa de anguila con otra salsita gratinada encima que me fascinó. Luego, otra noche, comimos en un retaurante mexicano en el Sambil que se llama La Tequila. Full de ambiente, tragos tequilosos, música en vivo a toda mecha y la comida típica mexicana divina. Otra noche comimos en el Dolphin (yo pedí unos tortellonis de salmón con una crema a base de albahaca y alcaparras que estaba exquisita. Por último, la última noche cenamos en el restaurant japonés del C.C. La Vela, KOI, unos roles sabrosos, pero con aftertaste de aceite (not so great).
El último día tampoco pudimos ir a la playa porque amaneció negro. Pero vamos, que importa, ya habíamos ido bastante a la playa y aunque me piqué un poco de regresar a Caracas no tan bronceada, no importó mucho, aprovechamos en vez el día para pasear y hacer diligencias. Fuimos al mercado de Conejeros (nos calcinamos), Rattán del centro, el Sambil, La Vela y finalmente jugamos Rommy Q.
En general, la pasé divino en Margarita... Cada vez que visito la isla, termino más enamorada de ella. Sigo pensando en retirarme allá a escribir mis libros algún día ! (ojalá sea más pronto que lejano)
No comments:
Post a Comment