Cinco años en Nueva York se cuentan fáciles. Pero cuando vienes como yo, de la provincia, de hectáreas y hectáreas de tierras donde se siembran infinidad de girasoles y demás flores campestres, no se viven tan fáciles. A los 18 años, yo quería un cambio. Quería salir de ese paisaje verde y cambiarlo por miles de edificios altos y modernos. Quería cambiar la grama, por el asfalto. Los atardeceres, por el metro. El silencio por la bulla y la soledad por la compañía.
En medio de mi ingenuidad, yo sabía muy bien que Nueva York representaba un reto pues habían muchas preguntas a las que yo no tenía respuesta. Por ejemplo, ¿dónde viviría? ¿Cómo pagaría la renta? ¿Qué comería y cómo pagaría la comida? Muchas inseguridades surgieron, pero nunca, nunca imaginé que estas preguntas se responderían solas con la determinación de quedarme en aquella ciudad mágica, llena de luces, de vida, de nacionalidades distintas, de oportunidades de vida más allá de las evidentes.
Fueron cinco años mágicos, pero fueron también cinco años duros. De mucho trabajo. De pasar hambre en algunas ocasiones. De quererlo todo y tener nada. Pero el amor por ese asfalto y esa dinámica que nunca duerme lo podía todo y me mantuvo feliz, incluso en las peores circunstancias. Pasaron cinco años en los que escasamente supe de mi familia. Y ahora, en medio de muchos problemas de todo tipo, decidí regresar, por un tiempo, por siempre, eso nunca se sabe. Pero aquí estoy. Tratando de soportar el silencio y disfrutar de lo verde y del sol.
El re-encuentro con mi familia ha sido auténticamente complicado. Interesante. Frustrante. Y cuando menos te lo esperas, gratificante. Son almas caritativas llenas de amor y comprensión, capaces de perdonar la ausencia y el olvido temporal, como quien sufre de memoria de corto plazo pero regresó para constatar que siguen ahí, presentes. Pero obviamente el dolor y el rencor actúa de primero, y los días poco a poco fueron trabajando esa clemencia que todos tenemos por dentro.
Aquí me re-encontré con mi mejor amiga de la infancia. A ella tampoco la veía desde hace cinco años. No sabía la falta que me hacía hasta que la vi y nos echamos en la tierra a hablar y ver el horizonte. Cuando vives en el campo esto suele ser una actividad muy cotidiana. Aquí no sé si soy feliz. Extraño el ruido y la vida de Nueva York. Pero sé que necesitaba esto. El descanso de la provincia. La paz, la tranquilidad. Poder relajarme y compartir con mis seres queridos. Necesitaba regresar, así sea por un tiempo, a estas tierras. Aquí nunca sabré si soy mejor o peor que allá, pero la vida se encargará de llevarme por el mejor camino.
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