Él. Hombre de 64 años, retirado, entregado al olvido, ausente en su presencia y aún sigue ahí. Pensando en la nada, en el abismo, en comprender cómo es que su vida se vino a menos, cómo es que su esposa aún no lo puede ver a los ojos después de tantos años de compañía y de intentos frustrados de complacerla en todo momento. Ya son cinco días en esa isla, un invento genuino para hacerla feliz, para que se relajara, para que viera el mar. Y ahora que están ahí, no existe nada más que el sórdido silencio entre los dos. La certeza de una vida entregada al olvido, una vida que tal vez no valió la pena vivir.
Ella. Tan tranquila y tan sumisa como siempre. Treinta y cinco años al lado de su marido. Una vida entera tratando de conseguir lo que nunca tuvo, la felicidad de estar al lado del hombre que ama. Una vida entera concentrándose en imperfecciones y en las pocas cosas que podían opacar la posibilidad de ser feliz. Sin ánimos de disfrutar del cielo azul, de enterrar sus dedos del pie en la arena, ve la vida como un intenso mientras tanto que cada día se le hace más largo y más tedioso. Una espera interminable para conseguir sabrá Dios qué.
La resignación viene en dosis grandes cuando ya no se halla qué hacer. Cuando el poco amor que existió en un momento se coló entre los años y los engaños de pretender ser quien nunca se fue. El salitre se seca en su piel, el mar sigue el mismo movimiento estático de su alma, de sus ganas, de su falta de pasión por vivir.
Treinta y cinco años de incomprensión y de compromiso. De querer ser lo mejor para ella. De aguantar su falta de vida y su falta de amor, todo por quererla a su lado. Ella, por su parte, se mantiene fiel. No conoce una vida sin él. No se imagina una vida sin el hombre que siempre hace lo posible por ayudarla.
Los días pasan, y se van acumulando, formando años de infelicidad. La desidia, la conformidad, la ignorancia de un mundo mejor. Tras intentos frustrados ya no se intenta más. Se respira. Se comparte. Se habla. Y se vive inmersos en la misma rutina de siempre, porque Dios sabe que cualquier intento por salir de ella resulta en un sórdido silencio, en una distancia primitiva, en un sueño colado entre brisas y esfuerzos oxidados por la salitre; donde el amor, recíproco, sencillamente nunca existió.
2 comments:
Ani, en mis recientes insomnios visito muuuuuchos blogs, y tú siempre tienes algo nuevo por estos días.
Tengo que decirte que este es mi favorito de todos tus cuentos. La trama no es lo que yo llame chévere para mí ahorita, PERO la selección de palabras, el estilo en general es elegante. Ya te estás saliendo de la zona de amateurs, definitivamente. Keep working on it.
Ah, y dos cosas así en secreto: "cuAndo ya no se haLLa quÉ hacer", y "deSidia". (Te lo digo porque sé que eres super correcta con eso)
¡Besos!
I really LOVED ur writing here
Isa, mil gracias por tu comentario. Lo he leído ya como treinta veces de la felicidad que me da que te haya gustado el relato. Sobre todo porque tenía muchísimos meses sin escribir ficción y se supone que de eso quiero vivir algún día.
Gracias, también, por tus correcciones. ¡Qué HORROR esos pelones! jajajaj. En la mañana, no había terminado de abrir un ojo, cuando leí tu comentario (desde el celular) y salí corriendo a arreglarlos. ¡Gracias!
Un saludo y espero que puedas dormir tus ocho horas seguidas muy pronto...
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