Cada cierto tiempo, cuando pareciera no haber más nada que hacer, me pide a gritos que ejerza su práctica. Porque es cada cierto tiempo que miro a mi alrededor y me canso: las paredes dejan de ser paredes y empiezan a ser las estructuras responsables de mi enclaustro, la mesa deja de ser mesa y empieza a ser una lámina de madera sobre la cual las cosas se acumulan, y se acumulan, y peor aún mis libros dejan de tener esa magia que tenian porque han dejado de ser leidos. Todo esto es fuerte, pero más fuerte aún es cuando veo hacia el espejo y hasta el reflejo ya no tiene brillo: ya no hay crema que haga la magia. Porque sí, es cada cierto tiempo que quiero que cambie todo: la pocision de los muebles, el orden de mis libros, la ropa que me pongo y me quito, la decoración de mi cuarto, el corte de pelo, la manera en la que escribo y hasta, las ganas de despertarme cada mañana. La rutina ya no es rutina, es simplemente divagar en qué hacer, qué pensar, qué puede entretenerme, qué será que me conviene, qué música me provocará escuchar y finalmente, ¿qué puedo hacer para sentirme útil? Es así como las cosas a mi alrededor poco a poco van cambiando y empiezan a cobrar vida otra vez. Un cambio que hace que todo se vea diferente, que vuelva a existir esa inevitable sensación de novedad, y por unos instantes olvidarme que en algun determinado tiempo todo se va volver monótono otra vez; olvidarme del ciclo y vivir en presente.
Ana Cristina Sosa M.
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