Estaba rodeada de un murmullo constante que pasó de ser un ruido interruptor de ideas, a una conversación ajena de la cuál me hice partícipe como chismosa oficial. Estaba pues, esperando (ahora, con mucha paciencia) que mi número S-227 apareciera en la pequeña pantalla digital de Seguros Mercantil para poder reportar un siniestro. Como toda sala de espera, ésta estaba conformada por sillas que rodean una mesa. La mesa, es testigo de todo lo que ocurre alrededor de ella. Sobre las sillas, se sientan los protagonistas de la historia que, según los dígitos de la pantalla anunciante, cambiará para bien o para mal.
El reloj marcaba las 2:20 cuando me senté en esa sala de espera rodeada de personas que nunca antes había visto. A mi derecha tenía un señor mayor (Juan), de esos que disfrutan del arte de hacer preguntas casi sin parar, y a mi izquierda, una señora morena (Armenda) cuya boca no paraba de moverse para ejercitar el arte de hablar con el señor de al lado que, por educación y casi obligación, no abría su boca si no para responderle lo estrictamente necesario.
- Que fastidio esta espera chico.
- Bueno pero, ¿qué se hace?
- Qué fastidio Caracas
- Y entonces, ¿por qué está aquí ahora?
- Bueno vale, las obligaciones. Tú sabes que yo soy una mujer muy ocupada, cuando estoy en Caracas yo no paro porque siempre estoy en los tribunales.
Es cuando no puedo evitar voltear mi cara y verla directamente, ella: una mujer trigueña, con la cara marcada de huecos, el pelo pintado de rojo sirenita, la nariz: flaca y casi pegada a la cara (se nota que es operada), y vestida con un atuendo casi burlesco de colores: magenta (la camisa, los zapatos y la cartera patente) y negro (los pantalones). Tenía en sus manos unas hojas con información que asumo, por lo que dice a continuación, tiene algún valor numérico importante.
- Bueno, déjame examinar esta cuenta para ver si todo está en orden, no vaya ser que no me estén pagando lo que me dijeron.
En ese instante, tal habrá sido mi cara de horror que la señora tapó su cara con la hojas (ahora dobladas y haciendo función de abanico de chismosa) para “susurrarle” al señor:
- La chama ésta como que me está viendo mucho, ¿verdad?
- No sé, yo creo que usted piensa que todo el mundo la está viendo (lo dice entre risas)
- ¿Tú estás asumiendo que yo soy bruta? Bruta no soy mijo, de serlo no estaría aquí.
- Nunca he dicho que usted es bruta.
- Ay… ya quiero que sea martes para ver que tal es China.
El señor Juan, a mi derecha, empezó su interrogatorio cuando observó minuciosamente que mi ticket dice S-227.
-Entonces, ¿chocaste?
- Si, son dos siniestros los que vengo a reportar, uno adelante, y uno atrás- respondí casi sin pensarlo.
- Jajajajjaja, o sea, sándwich
-Así es
- ¿Qué carro?
Ya era imposible tratar de escuchar lo que la señora de al lado decía pues, el Sr. Juan no paraba de hacerme preguntas que considero no tienen por qué importarle.
- Un Yaris
- Cónchale, ¿cuánto te costó?
Me hago la loca, la que no sabe, y le digo:
- Coye, no me acuerdo, es el modelo viejo.
- Déjame ver la póliza
-
En fracción de segundo, ya el señor había agarrado mi póliza y averiguado cuál era el monto por el cual el carro estaba asegurado. No conforme con esto, el señor seguía buscando conversación. Me hizo toda clase de preguntas, desde qué carrera estudio (Universidad, Edad, por qué escogí la carrera, en qué colegio estudié, etc) hasta dónde vivía y qué hacía en vacaciones. Ya para ese entonces, la señora se había dirigido al mostrador donde parecía ser atendida por la señorita que esta trabajando a la izquierda del mostrador.
El señor Juan hace silencio, por un momento, y después me aconseja talleres y de más para arreglar el carro. Yo, ya involucrada en una conversación que nunca busqué tener, decido preguntarle a él, también, toda clase de preguntas.
-¿Qué carro chocó?
-Un New Beatle – me respondió rápidamente pero me hizo la siguiente aclaratoria:
-No lo choque, ayer caí en un hueco horrible y no solo el caucho está dañado sino que, hay un daño interno que quiero que me arreglen bien. Tengo miedo que el perito no sepa identificarlo.
Ya estaba lista para preguntarle en qué trabajaba cuando el mismo señor me señala la pantalla digital que mostraba, en rojo y titilando, S-227. Me despido de mi nuevo amigo preguntón, y voy hacia el mostrador. Me atendió la joven del medio. Estaba entre la señora Armenda y el señor con el cuál ella no paraba de hablar. El proceso tardó mucho pues, la señora Armenda sólo estaba entablando conversación con la señorita del seguro, quejándose del café y otras estupideces, mientras que, el que estaba realmente siendo atendido fue el señor con el cual ella hablaba. Ahora la conversación que empiezo a escuchar es iniciada por la señorita que atiende al señor:
-¿Qué relación tiene usted con la portadora del carro asegurado?
El señor, en tono de burla, empieza:
- Bueno, como te explico: chofer, guarda espaldas, asistente personal, “escuchador de quejas”, en fin, el que se cala todos los problemas. Jajá, me clavaron una china.
Todos nos reímos, incluyendo la señora, que le dijo –Agiliza, yo te espero en el carro-
Sale por la puerta de vidrio y se monta en una camioneta monstruosamente grande y negra. El señor, aliviado de que la señora salió, empieza hablar con todas las señoritas (incluyendo la que me debería de estar atendiendo a mí)
-No vale por fin, esa señora no para de hablar, yo les digo una cosa, (de nuevo, con tono burlón) no hay mujer fea sino mujer que no tiene los reales para ponerse “bella,” la jefa se hace una cirugía nueva todos los días.
- Jajá jajá- se ríen
- Conchales, ustedes se ven cansadas, seguro trabajan todo el día y ganan sueldo mínimo.
Todas se ven, se ríen, y una responde:
- No vale, no sueldo mínimo, jajaja, ganamos 20 mil Bs más.
Se ríen. El señor se despide, les promete traerle chocolatitos el día siguiente, y yo por fin soy atendida mientras pienso en la triste realidad de mi país.
Ana Cristina Sosa Morasso
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