Recientemente cumplí 21 años. Sin embargo, en estos días en los que me encuentro de vacaciones en Estados Unidos, los pedales y un casco que cargo sobre mi cabeza, son los principales componentes de mis días. Siento que mi vida ha dado un salto atrás y ahora estoy devuelta a mi infancia. Regresé a aquellos tiempos en los que un cricri hacía maravillas y una foto de Devon Sawa era todo lo que tenía pegado a la pared al lado de mi cama. Mientras pedaleo sobre pequeñas colinas y siento la briza de frente en las bajadas, recuerdo aquellos tiempos en los que debía tener 9 años apenas (vivía en Bethesda, Maryland) e iba en bici a donde pudiese: a casa de Ingrida - mi mejor amiga de aquel entonces- al parque del vecindario, a un "bosque encantado", a casa de unos amigos de mi madre, y a dar vueltas por el vecindario. Hay algo de mágico en el sentimiento que consigo tener entre el corazón y el estómago cuando monto bici. No sé si se deba a la brisa, o al sonido de la cadena unido con el rítmico tac tac que hacen los pedales mientras incremento la velocidad. Tal vez sea el silbido del viento junto con la vista de todo lo que está a mi alrededor, en ocaciones un escenario donde los patos que juegan entre sí sobre el lago que está a mi izquierda, me invitan a formar parte de su festín en el que el sol, el agua y la diversión son los protagonistas de su historia.
*Aviso muy importante.*
*Los domingos por la tarde*
*de los otoños agónicos*
*no hay que salir de casa.*
*El otoño oscuro*
*es horario*
*y territorio de muer...
5 hours ago
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